Danby MJ50 Manual de usuario Pagina 242

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(Rom. 6: 16), y el espíritu inmundo nunca podría haber logrado entrar. Nuestra
única seguridad está en la entrega completa a Cristo, para que él pueda entrar
y vivir su vida perfecta dentro de nosotros (Gál. 2: 20; Apoc. 3: 20). Esta
parábola es una solemne advertencia contra las mejoras logradas eliminando
diferentes males. No basta evitar el mal; debemos buscar activamente "las cosas
de arriba" (Col. 3: 1-2).
45.
Otros siete espíritus.
Siete, el número simbólico que representa plenitud, indica aquí que la posesión
demoníaca era completa.
El postrer estado.
Con demasiada frecuencia los que han sido sanados de la enfermedad del pecado,
por así decirlo, sufren una recaída, y por ella llegan a ser espiritualmente
más débiles que antes. Sin darse cuenta de cuán cuidadosos deben ser para
evitar la tentación y rodearse de influencias par el bien, se exponen
innecesariamente a las tentaciones del mundo, y los resultados muchas veces son
fatales (DTG 221). Así ocurrió con Saúl, quien, aunque estuvo por un tiempo
sujeto al poder y a la influencia del Espíritu Santo (1 Sam. 10: 9-13), no se
sometió plena y completamente a Dios, y en consecuencia quedó expuesto al
control de un espíritu malo (1 Sam. 16: 14; 18: 10; 19: 9), que finalmente lo
llevó a suicidarse. Lo mismo ocurrió con Judas, quien al principio era sensible
a la influencia suavizadora de Cristo, pero que no sometió su vida en forma
exclusiva a esa influencia (DTG 260, 664; com. Mat. 13: 7).
Esta mala generación.
Ver vers. 39; com. cap. 11: 16; 23: 36. Los dirigentes de Israel estaban
rechazando la luz que les había brillado.
46.
Mientras él aún hablaba.
[La madre y lo hermanos de Jesús, Mat. 12: 46-50 = Mar. 389 3: 31-35 = Luc. 8:
19-21. Comentario principal: Mateo. Ver mapa p. 209; diagrama p. 221.] Con
referencia a la relación de esta sección (vers. 46-50) con la sección anterior
del capítulo, ver com. vers. 22. Ver otro episodio relacionado con esta
narración en Luc. 11: 27-28.
Su madre.
Aunque indudablemente estaba preocupada por Jesús, María tenía fe en él, una fe
que sus hermanos no compartían (Juan 7: 5). Eran ellos, y no María, quienes
deseaban impedir que Jesús hiciera algo más por la gente (DTG 288). Esperaban
que él habría de ceder ante la insistencia de María. Creían que difícilmente
les escucharía si ellos se lo pedían (cf. DTG 66).
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